Hay tanto de qué hablar, que no sé por dónde empiezo, querido y estupidísimo blog.
Después de haberte tenido abandonado vuelvo a ti. Espero que me recibas querendón, tanto como yo a ti vuelvo.
Te cuento, te cuento y re que te cuento que lo que me ha chocado en estos días es descubrir cada vez más notoriamente la falta de cortesía y educación de las gentes. Fíjate que para dirigirme a mi trabajo en el centro, luego de salir del suburbio oeste donde esta mi mansión, je,je, debo subir al piso 10 en el ascensor rápidamente en medio del calor sofocante de estos días de invierno. ¿Novedad que sólo aquí en Guayaquil y en mi Ecuador el invierno sea todo lo contrario que en otras partes del mundo? Pues dónde es que andabas metido, estúpido y querido blog, que no sabías que así mismito se la pasa aquí…. Pero bueno, no nos vayamos por la tangente, te voy a hablar de la descortesía de la que me percato cada vez que subo y bajo del ascensor.
Ocurre que de pronto el ascensor para, se abren las puertas y aparece alguien diciendo: “¿sube o baja?”, así, sin darte tiempo a nada. Pienso yo que lo normal sería anteponer un “buenas tardes”, ¿no te parece? Pero no, la gente te lanza esa pregunta, como si fuera obligación responderles de inmediato. ¿Es que soy ascensorista a sueldo? Creo que ni a quien trabajase en tal rol se le debería faltar el respeto tratándolo como una simple máquina. A esta gente, de toda condición social, pero más encontrada en las de élite te cuento, debería tal ascensorista –en caso de que lo hubiera-, hacer como yo me lo imagino con toda justicia: aplastar el botón para cerrar las puertas del ascensor y que se quedara atrapada la lengua maleducada. Es lo justo, ¿no crees?
Las veces que a mí me ha pasado esto lo que yo he hecho, evadiendo esa cruel intención, es mirar fijamente a la persona maleducada y decir irónicamente: buenas tardes, voy de subida (o de bajada, según me ha pasado). Ahí como que entienden el mensaje para la próxima.
sábado, 28 de marzo de 2009
sábado, 7 de marzo de 2009
A las amistades que perdí, segunda parte.

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mónica cevallos
Cuando quise pertenecer a un grupo.
Querido y estúpido blog:
Te voy a confesar que también incurrí en ese pecado. Querer pertenecer a un grupo, asociación, sociedad, es un deseo tan fuerte en los humanos, algo innato desde las épocas en las que aun no conocíamos qué diablos era el fuego.
También yo, sí, sí, quise verme reflejado en otros, sentirme unido a un todo y que ese todo tuviera mucho que ver conmigo.
Fue en aquel período de mi vida que te he contado, en el que estuve anonadado por la incertidumbre de mi propio existir. Mi intención fue nada más que pertenecer a algo que ocupe mi mente, y amigos -de los verdaderos que hoy sé que no existen- que puedan servirme de apoyo moral y espiritual. Percibes en mis palabras, querido y estúpido blog, pues sé que no eres tonto, cuán necesitado de emociones estaba y puedes adivinar cuán deprimido, frustrado, traicionado y descorazonado de fe estuve por aquellos negros días.
Aun con las dudas que aun tengo de ciertos dogmas católicos, llegué al sitio -or invitación de un sacerdote, donde supuestamente se íba a formar un grupo católico de universitarios con Johanna (a quien conocí ese mismo día).
Con ella nos llevamos un fiasco. Los chicos congregados eran los típicos colegiales y ex-colegiales sin mayores planes de tomarse en serio la vida, y con idéntico fin que el mío secreto: pertenecer a algo mientras ocurría algo trascendental en sus vidas. La diferencia conmigo estaba, claro, en que yo ya había intentado "trascender" y tratar de descollar en el mundillo de la sociedad y había fracasado. Ellos en cambio estaban en pañales y lo veían todo fácil. No me sentí cómodo en sus charlas y pensamientos, así que concluímos con la Johanna en acudir hacia la Fraternidad guadalupana, donde la hermana Violeta gobernaba a sus chicos con mano dura y disciplinada espiritualidad. Enterarme que tal hermana era además sicóloga me llenó de curiosidad, lo admito, y se me hizo la idea de que en tal grupo me hallaría en mi elemento. Me dije para mí que al fin hallaría mi sitio entre los humanos. La cita para acudir allá era el próximo domingo y comprenderás la impaciencia mía porque llegue ese día.
Te voy a confesar que también incurrí en ese pecado. Querer pertenecer a un grupo, asociación, sociedad, es un deseo tan fuerte en los humanos, algo innato desde las épocas en las que aun no conocíamos qué diablos era el fuego.
También yo, sí, sí, quise verme reflejado en otros, sentirme unido a un todo y que ese todo tuviera mucho que ver conmigo.
Fue en aquel período de mi vida que te he contado, en el que estuve anonadado por la incertidumbre de mi propio existir. Mi intención fue nada más que pertenecer a algo que ocupe mi mente, y amigos -de los verdaderos que hoy sé que no existen- que puedan servirme de apoyo moral y espiritual. Percibes en mis palabras, querido y estúpido blog, pues sé que no eres tonto, cuán necesitado de emociones estaba y puedes adivinar cuán deprimido, frustrado, traicionado y descorazonado de fe estuve por aquellos negros días.
Aun con las dudas que aun tengo de ciertos dogmas católicos, llegué al sitio -or invitación de un sacerdote, donde supuestamente se íba a formar un grupo católico de universitarios con Johanna (a quien conocí ese mismo día).
Con ella nos llevamos un fiasco. Los chicos congregados eran los típicos colegiales y ex-colegiales sin mayores planes de tomarse en serio la vida, y con idéntico fin que el mío secreto: pertenecer a algo mientras ocurría algo trascendental en sus vidas. La diferencia conmigo estaba, claro, en que yo ya había intentado "trascender" y tratar de descollar en el mundillo de la sociedad y había fracasado. Ellos en cambio estaban en pañales y lo veían todo fácil. No me sentí cómodo en sus charlas y pensamientos, así que concluímos con la Johanna en acudir hacia la Fraternidad guadalupana, donde la hermana Violeta gobernaba a sus chicos con mano dura y disciplinada espiritualidad. Enterarme que tal hermana era además sicóloga me llenó de curiosidad, lo admito, y se me hizo la idea de que en tal grupo me hallaría en mi elemento. Me dije para mí que al fin hallaría mi sitio entre los humanos. La cita para acudir allá era el próximo domingo y comprenderás la impaciencia mía porque llegue ese día.
El hombre poderoso es como un león.

Ya ha pasado bastante tiempo desde la muerte de uno de los ex presidentes más polémicos de mi país. Estoy hablándote, querido y estúpido blog, de León Febres Cordero, aquel frente al cual los periodistas debían reverencia y manejar con mucho tacto las preguntas que le formulasen, a no ser que les gustasen ciertos epítetos como única respuesta.
A mi modo de ver, el cáncer menguó con mucho su soberbia. Todo líder político que llega a encumbrarse en el poder debe lidiar con no perder la realidad de su destino. El que busca el poder, por él perece, parafraseando aquello de que "el que busca el peligro en él perece". Y es que nada más cierto para el destino de cada uno de nosotros. Esto se aplica en todo. Si se afana uno por algo, en aquella conquista algo a cambio debe perder. Si por ejemplo uno busca la riqueza, perderá los estribos, los escrúpulos y quién sabe qué más.
El hombre busca el poder, la mujer la presencia. Es el karma de nuestra raza humana. León se consumió en ese poder político. Las culturas antiguas no en vano glorificaban ese poder en el símbolo del falo. El pene es sin duda la representación más antigua y típica del poder para el hombre. Es lo que lo hace hombre. Es en lo que piensa y necesita "tocar" para sentirse seguro, en aquel símbolo se aferra. Ostentarlo es su afirmación dentro de la sociedad. Y cuando el que al poder sucumbe, irremediablemente verá menguado su símbolo. A León le tocó atestiguarlo en carne propia con un cáncer en la próstata que se convirtió pronto en metástasis.
Nuestra debilidad , sentida en uno por la disminución de nuestras facultades varoniles, es nuestro claudicar, es nuestro fin. Es saber que concientes ya de nuestra inutilidad nos toca replegarnos en la impotencia, la frustración, el agachar la cabeza y decir "mande usted".
León no se escapó de esto, pues ningún hombre en verdad que buscó el poder lo logrará. Lo curioso y hasta paradójico del caso de nuestro ex presidente es que su nombre aluda al felino rey de la selva, el que lleva el poder. Curioso es que los leones jóvenes acechen a manadas donde un león viejo reina, lo reten a duelo (el pobre viejo podrá huir, declarándose rendido, si es que no es muerto en la disputa), maten a las crías desconocidas de ellos y, bueno, las leoncellas -por decirlo así- se dobleguen a sus nuevos amos, haciendo de tripas corazón por sus cachorros y contentándose con que tendrán otros con sus nuevos machos.
¿No se parece mucho esto a nuestra realidad humana?... ¿Y qué pasa con el león viejo que ha huido? Le tocará el fin ineludible de morir de inanición. Sus leonas eran quienes le proveían comida, ¿cómo cazar y morder con sus desgastados colmillos? Será tal vez devorado por las hienas. ¡Pónte a pensar, querido y estúpido blog que así es la vida para los poderosos!
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sábado, 28 de febrero de 2009
Sobreviviente del carnaval

En un carnaval pasado Israel, Daniela y Alejandra, en San Vicente, Cuenca.
El carnaval es largo, y para quien ose salir de casa, si es que se queda en la ciudad, lo espera el agua sucia y el irrespeto. Distinto es para quienes viajan, pero el coste en el tiempo es alto. Las largas colas para comprar boletos para el regreso, subirse a los buses, oh, oh, es un calvario. Y si se cuenta con auto propio, no hay salvación, las vías se atascan por el mucho tráfico. ....
Yo por fortuna fui con mi familia sólo un día a pasearme por la playa. Y esa misma tarde volví. Ya, la película de Forrest Gump, ya la conversación con mi prima, la cincuentona, ya, la lectura del lobo estepario, y por último, el viajecito breve; todo me ayudó a ser sobreviviente del carnaval
Por muchos años tuve que lidiar con esta fecha, tan abismalmente aburrida. Al menos hubo un tiempo, a partir de los catorce años, cuando empecé a verla como tal.
Antes, la venida de esta festividad era para mí razón para reírme a carcajadas. La esperaba con baldes de agua y vejigas (llenas también del líquido vital). Subía al cuarto deshabitado de la casa de mis padres y esperaba pacientemente que algún desprevenido (a) pasara para dejarle caer encima mi balde de agua o tirarle una de las vejigas.
A esta fiesta de carcajadas pueriles luego se unieron mis primos, los Guachichullca Campoverde, cuando llegaron a vivir con nosotros. Junto a mi papá y mi hermano mayor y ellos nos aventuramos a salir de casa y sitiar la esquina de mi tío gruñón para, “en gajo” (en grupo) buscar nuevas víctimas: transeúntes desconocidos, autos, buses, etc. Todo lo que se moviera. Ja, ja, ja. Entonces, ¡oh!, días de inconciencia, tenía momentos de felicidad inagotables y reía sin proponérmelo. En esas fechas especialmente a costa de otros.....
Hoy veo aquello, no con nostalgia, pero sí con cierta incredulidad. ¿Verdaderamente fui yo aquel? Precisaba volver a sentir esa risa para comprobarlo. Y fíjate, querido y estúpido blog, lo pude hacer. Luego de largos años, simplemente… ¡sucedió!
El último día de carnaval, simplemente me dejé de llevar por la intención. Tomé el balde con agua y se lo eché a mi prima, la cincuentona y solterona, y ahí empezó todo. Luego repetí la acción con mi primo de segunda generación, sobrino de ella. Y después no paré. Mojé a papá, a mamá. A mi cuñado, hermana, tía, sobrinas. Claro, a mi propia familia. No estaría en mis cabales, a esta edad, si es que me daba por salir a la calle, a irrespetar a las personas desconocidas, como cuando niño.
Era mentira que ya no me gustaba jugar carnaval. Comprendí entonces que siempre estuvo dentro de mí, aquella emoción. La había renegado por la amargura de los años. Por la represión de mis emociones, censurándome siempre por mis errores, por no saber qué mismo hacer con mi vida. Pero pude, al fin. Lo que odiaba era, sí, la violencia y el irrespeto. De niño y preadolescente cometí tales faltas, pero por inconciencia.
La última vez que jugué carnaval fue cuando comprendí que para seguir en las esquinas debía mi pandilla crecer. Hasta entonces me había circunscrito a mis primos John y Dora, mi hermano Oscar. En ese período de mi vida fue cuando empezó a gestarse mi soledad, la que hasta hoy me acompañaría. Mi amigo y vecino, Alberto, se fue con su familia a vivir a Milagro. Me distancié de mis primos por el camino que ellos eligieron. Al juntarse con los demás chicos del barrio cambiaron su forma sencilla de ser y adquirieron el mal hábito de las malas palabras y la rebelión contra las buenas normas de casa, inculcadas por mis padres. Mi hermano tuvo que ingeniárselas para conseguir un nuevo trabajo. Mi padre, despedido abruptamente del suyo, sin haber alcanzado su derecho a la jubilación, se echó a esa depresión que lo llevaría a sufrir un derrame cerebral, del que salió –gracias a Dios- bien librado.
Y pensar que tantos años viví renegando de esta fecha, rumiando por tener que pasar los cuatro días festivos, sin poder salir de casa, sin grandes amistades con las que supuestamente tendría que divertirme mejor, sin grandes amores con las que se dice tendría los mejores y apasionados carnavales. Puedo decir, sin temor a equivocarme, que la vida al enseñarme a convivir con mi familia, a falta de todo lo antes mencionado, me ha hecho un gran favor. He aprendido a valorar a la gente que me quiere y conoce de verdad.....
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miércoles, 18 de febrero de 2009
Soy huraño y ermitaño, ¿para qué negarlo?
Hay días en que puedo ver claro mi destino. No hace falta que empuñe mi coraje y frote el empañado cristal de mis incertidumbres. Hoy es uno de esos días.
Huraño y ermitaño, ¿por qué negarlo? No quiero considerarme más un cuerdo.
Resulta que en mi silencio es fácil encontrar la paz en reconocerlo, creerlo y hasta querer luchar por ello. Llevarlo a la realidad, no, todo lo contrario, resulta difícil. Puedo querer escapar, liberarme, no depender de nadie en absoluto, ¿pero puedo? ¡Cuánta rabia se atenaza entre los promontorios huesos de mi frente! ¿Cuándo espero finalmente realizar mi mayor sueño? Antes, mucho antes, veo mi niñez y adolescencia, como una eternidad, buscando un futuro mejor. Hoy es el momento, ¡reacciona! Es ahora o nunca, ¿qué esperas para enfrentarte al mundo? Ten los huevos para hacerlo. Arriésgate. No pido ningún imposible. Lo mío no es conquistar el mundo, dirigir corporaciones, contribuir con la economía del planeta, salvar a la humanidad de su declive espiritual, girar la rueda de la filantropía hacia los más pobres o proteger la naturaleza. Quizá mi anhelo es demasiado egoísta y por eso Dios no ha querido vérmelo realizado. ¿O dependerá de mí? Lo que sé es que quiero estar solo, alejado de la humanidad, ser huraño y ermitaño, no voy más a negarlo.
Hay gentes predeterminadas, por convicción o condicionamiento, a cumplir con la sociedad. De esas hay muchas, no creo que se me eche en falta.
Trabajo de 8 a 6, casas en los suburbios, emulando el estilo burgués, con deudas e hipotecas, matrimonio e hijos que mantener. ¡Yo no aspiro a tales cosas! He venido el mundo para dar testimonio de lo raro, de la excepción a la regla. Si ha de ser así, ¿pues qué?
No creo ser el único. Hay muchos más, por ahí, enclaustrados en soledad, viendo a través de las rendijas, ocultos, esperando cumplir con su fatalidad. Venimos a esta vida para renegar de ella y ansiar nada más que la muerte, apurar nuestro cáliz.
¡Oh, muerte! ¿Por qué es tanto lo que te temen? Tú traes verdadera paz, aquella que en esta vida nunca se encuentra. Contigo sólo es de los ojos un cerrar. En ti hay infinita sabiduría. En cuanto a mí no temas acercarte cuando quieras. Te pido, sí, que respetes mi integridad. Visítame de noche, ahógame entre las sábanas, mientras me haces beber de tus labios el láudano mortal. Que no sienta cómo clavas en mis carnes tu aguijón.
Este mundo no me llena, me sujeta a la brava a sus cadenas, pero nunca vence, porque mi espíritu es más fuerte.
La mía es una perpetua queja, adentrarme en la mar, sin timón, hacia lo insondable, a la deriva, perderme… quiero ir allá, siempre más allá. Quiero abandonarlo todo, ¡liberarme! Que sea un mal sueño el depender y haber dependido de alguien. Basta ya de esperar un mejor empleo, la dieta del mejor cuerpo, la respuesta de alguna editorial a mis escritos, o la contestación del Dios del Cielo a mis arcaicas oraciones. No quiero cerrar más mis ojos, posponiendo, dejándome engañar por el tiempo.
¡Sí! Independizarme hasta de Dios. Cerrar mis labios y no rogar más nada. Si vivir es fingir entonces no estoy hecho para tal fin. Fingir que podemos enfrentar los problemas con tal sólo mostrar una paupérrima sonrisa; que estás bien cuando te quieres matar; que escuchas lo que te dicen y que escuchan lo que dices. Fingir que nuestro jefe nos cae bien, saludar al que desearíamos golpear, con tal de seguir al pie de la letra las reglas del buen vivir.
Fingir para todos es el verdadero vivir. Yo he descubierto que funciona todo mejor al revés. Cuando cierre los ojos para siempre empezará la única verdad.
La muerte es la única verdad de la que el hombre dispone.
Huraño y ermitaño, ¿por qué negarlo? No quiero considerarme más un cuerdo.
Resulta que en mi silencio es fácil encontrar la paz en reconocerlo, creerlo y hasta querer luchar por ello. Llevarlo a la realidad, no, todo lo contrario, resulta difícil. Puedo querer escapar, liberarme, no depender de nadie en absoluto, ¿pero puedo? ¡Cuánta rabia se atenaza entre los promontorios huesos de mi frente! ¿Cuándo espero finalmente realizar mi mayor sueño? Antes, mucho antes, veo mi niñez y adolescencia, como una eternidad, buscando un futuro mejor. Hoy es el momento, ¡reacciona! Es ahora o nunca, ¿qué esperas para enfrentarte al mundo? Ten los huevos para hacerlo. Arriésgate. No pido ningún imposible. Lo mío no es conquistar el mundo, dirigir corporaciones, contribuir con la economía del planeta, salvar a la humanidad de su declive espiritual, girar la rueda de la filantropía hacia los más pobres o proteger la naturaleza. Quizá mi anhelo es demasiado egoísta y por eso Dios no ha querido vérmelo realizado. ¿O dependerá de mí? Lo que sé es que quiero estar solo, alejado de la humanidad, ser huraño y ermitaño, no voy más a negarlo.
Hay gentes predeterminadas, por convicción o condicionamiento, a cumplir con la sociedad. De esas hay muchas, no creo que se me eche en falta.
Trabajo de 8 a 6, casas en los suburbios, emulando el estilo burgués, con deudas e hipotecas, matrimonio e hijos que mantener. ¡Yo no aspiro a tales cosas! He venido el mundo para dar testimonio de lo raro, de la excepción a la regla. Si ha de ser así, ¿pues qué?
No creo ser el único. Hay muchos más, por ahí, enclaustrados en soledad, viendo a través de las rendijas, ocultos, esperando cumplir con su fatalidad. Venimos a esta vida para renegar de ella y ansiar nada más que la muerte, apurar nuestro cáliz.
¡Oh, muerte! ¿Por qué es tanto lo que te temen? Tú traes verdadera paz, aquella que en esta vida nunca se encuentra. Contigo sólo es de los ojos un cerrar. En ti hay infinita sabiduría. En cuanto a mí no temas acercarte cuando quieras. Te pido, sí, que respetes mi integridad. Visítame de noche, ahógame entre las sábanas, mientras me haces beber de tus labios el láudano mortal. Que no sienta cómo clavas en mis carnes tu aguijón.
Este mundo no me llena, me sujeta a la brava a sus cadenas, pero nunca vence, porque mi espíritu es más fuerte.
La mía es una perpetua queja, adentrarme en la mar, sin timón, hacia lo insondable, a la deriva, perderme… quiero ir allá, siempre más allá. Quiero abandonarlo todo, ¡liberarme! Que sea un mal sueño el depender y haber dependido de alguien. Basta ya de esperar un mejor empleo, la dieta del mejor cuerpo, la respuesta de alguna editorial a mis escritos, o la contestación del Dios del Cielo a mis arcaicas oraciones. No quiero cerrar más mis ojos, posponiendo, dejándome engañar por el tiempo.
¡Sí! Independizarme hasta de Dios. Cerrar mis labios y no rogar más nada. Si vivir es fingir entonces no estoy hecho para tal fin. Fingir que podemos enfrentar los problemas con tal sólo mostrar una paupérrima sonrisa; que estás bien cuando te quieres matar; que escuchas lo que te dicen y que escuchan lo que dices. Fingir que nuestro jefe nos cae bien, saludar al que desearíamos golpear, con tal de seguir al pie de la letra las reglas del buen vivir.
Fingir para todos es el verdadero vivir. Yo he descubierto que funciona todo mejor al revés. Cuando cierre los ojos para siempre empezará la única verdad.
La muerte es la única verdad de la que el hombre dispone.
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“El chico que más veces lo intentó y nunca lo logró”
Querido y estúpido blog:
“El chico que más veces lo intentó y nunca lo logró”. No tengo vergüenza alguna en decirlo. Un poco de amargura, puede que sí. Pero en esta vida me ha tocado aprender a las malas a soportar el dolor y las decepciones. Seré recordado así por mucha, mucha gente. Y todo por mi tenacidad convertida en seria obstinación por conseguir lo que me propongo. Esta estúpida terquedad es como una fiebre y no puedo estar en paz hasta hacer algo al respecto. Por supuesto, muchas de las veces, por no decirte todas, las echo a perder.
Te brindo un ejemplo: mis tentativas de ingresar a radio Disney. Cuántas veces no fui a esas oficinas a mendigar trabajo. Digo mendigar, porque es la verdad, mi karma consiste en mendigar favores, propuestas, contactos, personas, etc. Yo lo veo así. Estar dentro de un círculo social para llevarse bien con sutano y mengano, significa ser un buen relacionista público, un buen diplomático, el popular, tener don de gentes, ser carismático, etc. Bonitos nombres para la misma guevada de siempre: ser lambón, hipócrita muchas de las veces, humillarse otras, guardarse los comentarios y poner sonrisitas falsas para quedar bien ante todos. A la mierda, eso no va conmigo, pues. Traté, sí, querido y estúpido blog, lo admito, traté de fingir, sí, eso es lo que es, fingir para estar dentro de un círculo social, donde hay más buitres que santas palomas. Traté de figurar, de relacionarme, con tal de descollar, de no quedarme fuera de las mejores oportunidades laborales o favores profesionales.
Simplemente dejé la careta. Lo mío no es llevar un disfraz. Soy así, simplemente, huraño y ermitaño, y por eso he de quedar relegado. Conmigo no va eso de que: “hay que ser bien llevado, pues nunca se sabe de quién uno pueda necesitar”. Conmigo no cuenten para eso.
Quizá por eso deba de una u otra forma mendigar citas, entrevistas de trabajo, hacer la cola para cualquier trámite en instituciones, porque como carezco de “padrinos” o compadrazgos. Mas bien compadrazgos, ya a mi edad. Ja, ja. Yo mismo me río de lo que acabo de decirte. No soy compadre de nadie, a mis treinta años, qué tal, ¿hace falta decirte más? No creo, pero si insistes, querido y estúpido blog, que eso quiere decir que soy ya un colmo de la mediocridad para la sociedad. ¿Lo entiendes? No soy nada, excepto, claro está, un DON NADIE.
Pero, despreocúpate, querido y estúpido blog, que esta certidumbre que me la has arrancado no me afecta en nada. La reconozco pero no me lastima. Es mi verdad, ¿por qué habría de negártela? Hay paz en esta aceptación.
“El chico que más veces lo intentó y nunca lo logró”. No tengo vergüenza alguna en decirlo. Un poco de amargura, puede que sí. Pero en esta vida me ha tocado aprender a las malas a soportar el dolor y las decepciones. Seré recordado así por mucha, mucha gente. Y todo por mi tenacidad convertida en seria obstinación por conseguir lo que me propongo. Esta estúpida terquedad es como una fiebre y no puedo estar en paz hasta hacer algo al respecto. Por supuesto, muchas de las veces, por no decirte todas, las echo a perder.
Te brindo un ejemplo: mis tentativas de ingresar a radio Disney. Cuántas veces no fui a esas oficinas a mendigar trabajo. Digo mendigar, porque es la verdad, mi karma consiste en mendigar favores, propuestas, contactos, personas, etc. Yo lo veo así. Estar dentro de un círculo social para llevarse bien con sutano y mengano, significa ser un buen relacionista público, un buen diplomático, el popular, tener don de gentes, ser carismático, etc. Bonitos nombres para la misma guevada de siempre: ser lambón, hipócrita muchas de las veces, humillarse otras, guardarse los comentarios y poner sonrisitas falsas para quedar bien ante todos. A la mierda, eso no va conmigo, pues. Traté, sí, querido y estúpido blog, lo admito, traté de fingir, sí, eso es lo que es, fingir para estar dentro de un círculo social, donde hay más buitres que santas palomas. Traté de figurar, de relacionarme, con tal de descollar, de no quedarme fuera de las mejores oportunidades laborales o favores profesionales.
Simplemente dejé la careta. Lo mío no es llevar un disfraz. Soy así, simplemente, huraño y ermitaño, y por eso he de quedar relegado. Conmigo no va eso de que: “hay que ser bien llevado, pues nunca se sabe de quién uno pueda necesitar”. Conmigo no cuenten para eso.
Quizá por eso deba de una u otra forma mendigar citas, entrevistas de trabajo, hacer la cola para cualquier trámite en instituciones, porque como carezco de “padrinos” o compadrazgos. Mas bien compadrazgos, ya a mi edad. Ja, ja. Yo mismo me río de lo que acabo de decirte. No soy compadre de nadie, a mis treinta años, qué tal, ¿hace falta decirte más? No creo, pero si insistes, querido y estúpido blog, que eso quiere decir que soy ya un colmo de la mediocridad para la sociedad. ¿Lo entiendes? No soy nada, excepto, claro está, un DON NADIE.
Pero, despreocúpate, querido y estúpido blog, que esta certidumbre que me la has arrancado no me afecta en nada. La reconozco pero no me lastima. Es mi verdad, ¿por qué habría de negártela? Hay paz en esta aceptación.
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