viernes, 13 de febrero de 2009

Crónica de un celular robado

En estos días en los que me he sentido más huraño que de costumbre, según yo, diciéndome que quería desligarme del mundo, por fin tuve la oportunidad de vivenciar esto.
El mundo fue representado ayer noche por mi celular. Celular o móvil, da lo mismo, me lo robaron. Me suena fácil decirlo: me robaron. Pero no lo es para quien ha estado habituado a mantenerse indemne a tales situaciones. Hablo de mí, libre de estos sustos desde hace –sin exagerar- diez años.

El último hurto del que fui víctima fue cuando tuve diecinueve años. El par de zapatos deportivos que estuve puesto, cuando me aprisionaron el cuello con un brazo, me tumbaron y me los quitaron. Fueron dos ladronzuelos aquella vez. Dos también ayer.
Puedo decir que perder mi celular fue la crónica de un robo anunciado. Basta que repase, nada más, los últimos días, cuando me percataba de lo desmejorado de la lata de él, y me decía: como que ha llegado la hora de cambiarlo. Hasta se me pasó por la cabeza de que estaba descontinuado y que me aburrí sobremanera poseerlo. Extrañamente, sentía remordimientos por pensar así.
Cuando visité a mi amiga peluquera, ella me habló de un asalto donde murió la dueña de un locutorio, ubicado ciertamente diagonal y al frente de donde ella labora. Y me dijo: “Por eso, Ramiro, si te roban, déjate no más robar”. Yo, bromeando, le sugerí a su vez: “Y tú, cuando te digan: tu cuerpo o tu celular, cuidado con entregarte…”

Un día antes recuerdo que cuando coqueteé con alguien y tratando de obtener su número de celular, a lo cual ésta se negó pretextando no poseer uno, salí del bochorno diciendo: “A mí se me robaron el celular, a dos cuadras de aquí, así que creo que por eso no debes tener uno, ¿también te lo robaron, verdad?”
Imaginarse yo diciendo esto para salvarme, sin saber que podría hacerse realidad.
Era ya de noche, pude haberme bajado en la parada respectiva, cerca de mi casa, pero no, lo hice más allá. Decidí caminar y cuando regresaba, inclusive me topé con un ex compañero de colegio, con el cual conversé unos segundos. Luego fui hacia una cabina, aprovechando llamar a la gordita Esther. Al salir guardé despreocupadamente el celular en el bolsillo de mi pantalón. Sentí una especie de intuición, sabes, pero bueno, no le hice caso y seguí mi camino. Avancé cinco cuadras y entonces los vi aproximarse detrás de mí. Volví a intuir el peligro, pero me negué a creerlo. Tal vez, me dije, se trate de que simplemente van a un lugar idéntico al mío, imaginarme que puedan seguirme a mí, todavía!

Bueno, yo y mi ingenuidad. Era a mí mismo que me seguían. Me tomaron por asalto, de improviso, sin darme tiempo a pensar si era una broma o no. Él uno, a mi derecha, me apuntó con una especie de cuchillo. Lo que pensé fue: oh, mi cédula, mi tarjeta de débito. Pero, el otro, enseguida me metió la mano al bolsillo. No, no es como una rima, fue así, me cayeron encima!! Fueron directo al celular. Lo dijeron claro: “Danos por las buenas, el celular” o sea no querían más sino sólo eso. Él que tomó el celular de mi bolsillo tomó también mi cédula de identidad.

¡Oh, dónde estaré yo revolcado, por qué parajes, alcantarillas malolientes o escombros habré ido a parar, yo, en la foto de mi cédula de identidad! Al verme despojado de mi celular, lo que se me pasó por la cabeza fue decirles que al menos me dejaran mi chip, por mis contactos, mi intimidad, y hasta la tarjeta de memoria!! Pero no, ellos me insultaron y me dijeron que me quedara “frío”, so pena de ahí mismo, a lo mejor, dejarme medio muerto. No es raro, como un flash tuve conciencia de los casos en los que muchos murieron sólo por un celular. Lo poco que cuesta una vida: un celular! Les hice caso, me quedé frío. O sea, morir, no tengo así como se dice tanto pavor, pero morir, en plena calle, desprotegido, herido, maltrecho, no, así no juego! Tanteé mis bolsillos, faltaba mi cédula! Llegué a casa, pensando en el trámite engorroso que me esperaba para denunciar el robo y pedir otra identificación.

Hoy, heme aquí, sin celular, incomunicado, seguramente violado en mi intimidad. El celular tenía fotos, documentos, ¡qué será de él! Y mi cédula, por qué recovecos estará?
para remate, la computadora en casa sigue descompuesta y no puedo seguir transcribiendo mis novelas. por cierto, correrán peligro mis escritos que tuve en el celular?
el tiempo lo dirá. Será lo que Dios quiera.

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