martes, 10 de febrero de 2009

A las amistades que perdí

En estos avatares de la vida que he tenido, debo reconocer como en auto análisis que si he perdido mis amistades ha sido en parte por mi culpa.
Realmente, querido y odiado blog (se me ha ocurrido ahora a más de querido endilgarte el adjetivo de odiado) ayer que estuve leyendo otra vez “El lobo estepario” me he encontrado que soy otro lobo más en esta ciudad. Tengo tantas ambivalencias en mi vida, y emociones y sentimientos encontrados con las personas y conmigo mismo.

Hoy recordé especialmente a Mónica y a Cristian. Qué buenos amigos lo fueron! En distintas épocas y sin embargo que idénticos se me figuran hoy a mí. Con ambos mantuve una amistad, digamos, con humor negro. Nos tratábamos de queridos y odiados –así como te trato a ti, y enorgullécete de que lo haga así, pues te demuestro confianza de esa forma-. Éramos crueles en nuestros comentarios, en nuestros saludos y podría decirse que hasta secretamente nos teníamos envidia. No es nada raro esto último. Cuando llegamos al colmo de la confianza, entre amigos, al conocernos al dedillo, al saber nuestros defectos y virtudes, nos unimos tanto a nuestros amigos que si les va bien, no nos alegramos hasta que él o ella nos comparta un poco de su éxito. Es decir, si nuestro amigo tuvo una mejor calificación o por fin el primer empleo (te hablo de aquellos tiempos que ya se fueron), no nos alegramos de corazón, a menos que nuestro amigo nos ayude a repetir tal hazaña. O sea, debe compartir ese éxito con nosotros de alguna forma, puesto que nos hemos convertido en una imagen de él, como el reflejo de su espejo, por tanto, deseamos que nos ocurra eso también a nosotros.

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