Hay días en que puedo ver claro mi destino. No hace falta que empuñe mi coraje y frote el empañado cristal de mis incertidumbres. Hoy es uno de esos días.
Huraño y ermitaño, ¿por qué negarlo? No quiero considerarme más un cuerdo.
Resulta que en mi silencio es fácil encontrar la paz en reconocerlo, creerlo y hasta querer luchar por ello. Llevarlo a la realidad, no, todo lo contrario, resulta difícil. Puedo querer escapar, liberarme, no depender de nadie en absoluto, ¿pero puedo? ¡Cuánta rabia se atenaza entre los promontorios huesos de mi frente! ¿Cuándo espero finalmente realizar mi mayor sueño? Antes, mucho antes, veo mi niñez y adolescencia, como una eternidad, buscando un futuro mejor. Hoy es el momento, ¡reacciona! Es ahora o nunca, ¿qué esperas para enfrentarte al mundo? Ten los huevos para hacerlo. Arriésgate. No pido ningún imposible. Lo mío no es conquistar el mundo, dirigir corporaciones, contribuir con la economía del planeta, salvar a la humanidad de su declive espiritual, girar la rueda de la filantropía hacia los más pobres o proteger la naturaleza. Quizá mi anhelo es demasiado egoísta y por eso Dios no ha querido vérmelo realizado. ¿O dependerá de mí? Lo que sé es que quiero estar solo, alejado de la humanidad, ser huraño y ermitaño, no voy más a negarlo.
Hay gentes predeterminadas, por convicción o condicionamiento, a cumplir con la sociedad. De esas hay muchas, no creo que se me eche en falta.
Trabajo de 8 a 6, casas en los suburbios, emulando el estilo burgués, con deudas e hipotecas, matrimonio e hijos que mantener. ¡Yo no aspiro a tales cosas! He venido el mundo para dar testimonio de lo raro, de la excepción a la regla. Si ha de ser así, ¿pues qué?
No creo ser el único. Hay muchos más, por ahí, enclaustrados en soledad, viendo a través de las rendijas, ocultos, esperando cumplir con su fatalidad. Venimos a esta vida para renegar de ella y ansiar nada más que la muerte, apurar nuestro cáliz.
¡Oh, muerte! ¿Por qué es tanto lo que te temen? Tú traes verdadera paz, aquella que en esta vida nunca se encuentra. Contigo sólo es de los ojos un cerrar. En ti hay infinita sabiduría. En cuanto a mí no temas acercarte cuando quieras. Te pido, sí, que respetes mi integridad. Visítame de noche, ahógame entre las sábanas, mientras me haces beber de tus labios el láudano mortal. Que no sienta cómo clavas en mis carnes tu aguijón.
Este mundo no me llena, me sujeta a la brava a sus cadenas, pero nunca vence, porque mi espíritu es más fuerte.
La mía es una perpetua queja, adentrarme en la mar, sin timón, hacia lo insondable, a la deriva, perderme… quiero ir allá, siempre más allá. Quiero abandonarlo todo, ¡liberarme! Que sea un mal sueño el depender y haber dependido de alguien. Basta ya de esperar un mejor empleo, la dieta del mejor cuerpo, la respuesta de alguna editorial a mis escritos, o la contestación del Dios del Cielo a mis arcaicas oraciones. No quiero cerrar más mis ojos, posponiendo, dejándome engañar por el tiempo.
¡Sí! Independizarme hasta de Dios. Cerrar mis labios y no rogar más nada. Si vivir es fingir entonces no estoy hecho para tal fin. Fingir que podemos enfrentar los problemas con tal sólo mostrar una paupérrima sonrisa; que estás bien cuando te quieres matar; que escuchas lo que te dicen y que escuchan lo que dices. Fingir que nuestro jefe nos cae bien, saludar al que desearíamos golpear, con tal de seguir al pie de la letra las reglas del buen vivir.
Fingir para todos es el verdadero vivir. Yo he descubierto que funciona todo mejor al revés. Cuando cierre los ojos para siempre empezará la única verdad.
La muerte es la única verdad de la que el hombre dispone.
miércoles, 18 de febrero de 2009
Soy huraño y ermitaño, ¿para qué negarlo?
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